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El sobrepeso se expande en países con rentas bajas

Obesidad y pobreza, más relacionadas que nunca

La cifra es alarmante: en el mundo hay 600 millones de adultos obesos, casi dos veces la población de Estados Unidos. De ellos, más de la mitad viven en países en vías de desarrollo y es que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad ha dejado de ser un problema propio de los países ricos para pasar a ser un drama del que ningún país se libra, especialmente los que presentan altos índices de pobreza.

Niños y adultos con poco más que piel y huesos; menores que aparentan tener tres años y, en realidad, han cumplido ya los seis; cuerpos incapaces de hacer frente a la más mínima infección. La desnutrición se sigue cobrando demasiadas vidas pero, aunque de forma muy lenta, el planeta avanza en la lucha por erradicarla. Así, si en 1990 pasaban hambre más de 1.000 millones de personas en todo el mundo, la cifra descendió en 2015 hasta los 795 millones.

En la batalla contra el sobrepeso, sin embargo, no hay una tendencia positiva. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que ya hay más personas obesas que habitantes con un peso inferior al normal en el mundo, y sitúa el número de adultos con sobrepeso en torno a los 1.900 millones en 2014. Ese año, cuatro de cada diez adultos del planeta tenían sobrepeso y, uno de cada diez, obesidad.

Pese a la magnitud de las cifras, lo que más llama la atención es el modo en el que esta amenaza se expande por el planeta. Porque, tal como puso de manifiesto el informe ‘Future Diets’, publicado en 2014 por el think-tank británico Overseas Development Institute, el problema se propaga en mayor medida entre las rentas medias y bajas. Así, si entre 1980 y 2008 el número total de personas con sobrepeso creció en un 70 por ciento en los países desarrollados, en las regiones emergentes y más empobrecidas lo hizo en un 300 por ciento.

Carbohidratos baratos

¿A qué responde el fenómeno? Amador Gómez, director técnico de Acción contra el Hambre, culpa a “los hidratos de carbono, más baratos que las proteínas”. Y es que, hoy por hoy, resulta mucho más económico seguir una dieta con alimentos hipercalóricos que otra saludable a base de frutas, verduras, pescado y carne poco grasa. “Cuando una familia necesita ajustar la cesta de la compra, recurre a ellos y, sí, se llena el estómago, pero a nivel nutricional esta práctica tiene muchas carencias”, lamenta Gómez.Los más pequeños tampoco son ajenos a esta lacra. La OMS calcula que en 2014 había en el mundo unos 41 millones de niños menores de cinco años con obesidad o exceso de peso. Casi los mismos habitantes que tienen países como Argelia o Sudán.

Ricos flacos, obesos pobres

La conclusión que se extrae de estas cifras es clara: la obesidad y el sobrepeso han dejado de ser un quebradero de cabeza exclusivo de las rentas per cápita más altas para convertirse en una amenaza para los países de ingresos bajos y medianos. En África, sin ir más lejos, el número de niños con obesidad y sobrepeso prácticamente se ha duplicado en las últimas décadas, pasando de 5,4 millones en 1990 a 10,6 millones en 2014.

¿Qué país ostenta el “honor” de concentrar el mayor número de personas con sobrepeso del mundo? Soziable.es ha consultado a Steve Wiggins, autor principal de ‘Future Diets’, y su respuesta es, cuanto menos, sorprendente. No, no es Estados Unidos; según el economista británico, el país “más obeso” del planeta es México. “El grado de obesidad de un estado está directamente relacionado con su nivel de ingresos, pero también con las características propias de la dieta típica del país en cuestión, y basta con visitar México para darse cuenta de que su población disfruta de lo lindo con las frituras y las bebidas azucaradas”, relata Wiggins.

En el mundo de grandes contrastes en que vivimos, no es raro que desnutrición y obesidad coexistan de forma pacífica en un mismo país, comunidad y, a veces, hasta bajo el mismo techo. “En muchos países de Centroamérica, aunque no solo en ellos, conviven madres obesas con niños desnutridos. Es lo que se denomina ‘la doble carga de la malnutrición’, un fenómeno que se explica, en parte, por la baja talla, el escaso nivel educativo y la edad maternas, sin olvidar que la desnutrición crónica de las mujeres, cuando son niñas, contribuye a que deriven en sobrepeso y obesidad en la edad adulta”, explica Amador Gómez, de Acción contra el Hambre.

Más grasa, menos ejercicio

Llegados a este punto, cabe preguntarse por qué el mundo es cada vez más obeso. Para Wiggins, la respuesta a esta pregunta es sencilla: “Al tiempo que la ingesta de alimentos de alto contenido calórico ha aumentado a nivel mundial, el planeta se ha vuelto más sedentario. Nuestros trabajos son cada vez menos activos, caminamos cada vez menos y todos cogemos ascensores y nos sentamos frente al televisor al llegar a casa”. Consumimos muchas más calorías de las que gastamos, y las cuentas no cuadran.   El estudio del Overseas Development Institute ilustra esta realidad con algún que otro caso concreto. Uno de los más llamativos es el de China, donde la dieta media ha pasado en los últimos años de los 852 a los 2.109 gramos por persona y día y se ha multiplicado por tres la ingesta de azúcar y por 11 la de productos de origen animal. Lo mismo ha ocurrido en la India, en Tailandia, en Egipto, en Perú.

Sobrepeso en España

España, paradigma de la dieta mediterránea, no escapa de las garras de la obesidad y el sobrepeso. Ileana Izverniceanu, portavoz de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), sitúa las tasas de prevalencia de ambos problemas por encima del 50 por ciento de la población y responsabiliza, en parte, a la crisis económica, culpable del descenso en el consumo de algunos de los productos básicos que constituyen la base de una alimentación equilibrada.

Pero en nuestro país sí parece haber algún atisbo de esperanza. El último Estudio Aladino de vigilancia del crecimiento, alimentación, actividad física, desarrollo infantil y obesidad en España, que elabora bianualmente la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aecosan), detectó una  reducción del 3,2 puntos porcentuales en el exceso de peso de la población infantil española entre los años 2011 y 2015. En ese periodo, en concreto, la prevalencia de la obesidad y el sobrepeso en la población de seis a nueve años pasó del 44,5 al 41,3 por ciento.

Además de no desayunar a diario, tener un tiempo de sueño inferior al medio o disponer de televisión en la habitación, el estudio asocia una mayor prevalencia de la obesidad de los pequeños con el nivel de ingresos económicos de su familia. Así, mientras que en los hogares en los que se ganan 30.000 euros o más la prevalencia era del 22,6 por ciento, la proporción ascendía hasta casi el 55 por ciento en las familias con ingresos inferiores a 18.000 euros anuales.

“Las familias con menor renta tienen menos dinero para productos frescos y dan prioridad a los alimentos más saciantes"

Liliana Marcos, responsable de Investigación de Save the Children España, dice haberlo comprobado de primera mano: “Las familias con menor renta de nuestro país tienen menos dinero para productos frescos y suelen dar prioridad a los alimentos más saciantes. Los niños con los que trabajamos consumen más bebidas azucaradas, bollos industriales y alimentos ricos en grasas saturadas y, por lo general, no se pueden permitir apuntarse a un equipo de fútbol”. La combinación perfecta para dar carta blanca a la obesidad.

No todo está perdido

Enfermedades cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor, cáncer. El primer problema que se deriva de estos cambios, según el Overseas Development Institute, es de salud pública, puesto que tanto la obesidad como el sobrepeso están asociados a un mayor riesgo de padecer enfermedades no transmisibles. En el caso de los niños pueden aparecer dificultades respiratorias, un mayor riesgo de fracturas e hipertensión, efectos psicológicos y una mayor probabilidad de discapacidad en la edad adulta e, incluso, de muerte prematura. Casi nada.

Para colmo, el gasto sanitario asociado a ello no es peccata minuta. La coordinadora del Área de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), Assumpta Caixàs, calcula que en torno a un siete por ciento del gasto sanitario anual total de España en 2012 estuvo relacionado con el tratamiento del sobrepeso y la obesidad.

El sobrepeso, la obesidad y las enfermedades vinculadas a ellas son prevenibles

La buena noticia, según la OMS, es que tanto el sobrepeso, la obesidad como las enfermedades no transmisibles vinculadas a ellas son prevenibles. Bastaría con limitar la ingesta energética procedente de grasas y azúcares, aumentar el consumo de frutas,  verduras, legumbres, cereales integrales y frutos secos, y realizar alguna actividad física de forma periódica. La que sea, pero durante 60 minutos diarios en el caso de los jóvenes y 150 minutos semanales en el de los adultos.

Lamentablemente, la obesidad no constituye “una crisis aguda y repentina” de salud pública y la respuesta de las autoridades de “casi todos los países del mundo” es insuficiente, en opinión del economista británico Steve Wiggins. “En el Reino Unido, millones de personas adquieren sobrepeso cada año. Muchas se vuelven obesas y algunos desarrollan cáncer, sufren ataques cardiacos, contraen diabetes. A veces fallecen prematuramente, y el costo sanitario es elevado. Si todos los que mueren en un país por una enfermedad en la que la obesidad actúa como factor de riesgo lo hicieran en el mismo sitio y a la misma hora, sería una tragedia nacional”, sentencia este experto. En su país, la obesidad mata cada año a unas 30.000 personas, nada más y nada menos.

¿Qué podríamos hacer para revertir la situación? Wiggins no cree necesario acometer cambios drásticos. Lo ideal, para él, sería que los gobiernos “adoptaran medidas educativas, difundieran información sobre las opciones más saludables, prohibieran la venta de alimentos malsanos en colegios y hospitales y, en último término, impusieran tasas a la comida basura”.

La OMS publicó el pasado octubre un informe centrado precisamente en esta última idea. Titulado ‘Las políticas fiscales para la dieta y la prevención de enfermedades no transmisibles’, el trabajo recomienda aumentar los impuestos sobre las bebidas azucaradas en al menos un 20 por ciento para reducir en la misma proporción su consumo y disminuir así el riesgo de obesidad, diabetes tipo 2 y, de paso, de caries dental en el mundo. En España, el Ministerio de Sanidad trabaja desde hace años con fabricantes, distribuidores y restauradores con el fin de establecer acuerdos voluntarios de “reformulación” de alimentos y bebidas y reducir la presencia en ellos de sal, grasas, calorías y, cómo no, azúcares añadidos. Para la OCU, sin embargo, la autorregulación es insuficiente, por lo que exige más medidas y, especialmente, aquellas encaminadas a reducir “al menos en un 10 por ciento” el azúcar añadido que contienen muchos productos procesados. ¿Qué cabe esperar en el futuro? El economista Steve Wiggins no alberga dudas al respecto: “No es descabellado pensar que en los próximos 20 años la desnutrición tendrá mucho menor impacto en los países en desarrollo. Seguramente sea la obesidad lo que más quebraderos de cabeza cause”.