Cuando hablamos de ola de calor, lo primero que se nos viene a la cabeza son abanicos, ropa ligera, aire acondicionado o la tan buscada sombra. Sin embargo, uno de los aspectos más relevantes -y a menudo ignorado- en estos episodios extremos es lo que ponemos en el plato.
Porque sí: lo que comemos y bebemos puede protegernos o todo lo contrario. Y en un país como España, donde cada vez más los veranos se convierten en una sucesión de alertas meteorológicas, es necesario aprender a cuidarnos desde la alimentación.
Comer también es regular la temperatura
Nuestro cuerpo utiliza distintos mecanismos para adaptarse al calor. Uno de ellos es la sudoración, que permite eliminar calor, pero, a la vez, conlleva una pérdida considerable de agua y minerales como sodio, potasio o magnesio. Reponerlos a tiempo es fundamental para evitar el temido golpe de calor, el cansancio extremo o incluso mareos y bajadas de tensión.
Aquí es donde la alimentación cumple un rol fundamental. En situaciones de calor extremo, no basta con beber agua. Necesitamos también incluir alimentos ricos en agua, electrolitos y antioxidantes que ayuden a regular la temperatura corporal y evitar la deshidratación.
No todas las bebidas refrescan… ni hidratan
Una de las creencias más habituales del verano es que cualquier bebida fría hidrata. Nada más lejos de la realidad. Las bebidas azucaradas o con alcohol, aunque nos parezcan refrescantes, pueden favorecer la deshidratación e incluso alterar la digestión.
¿Y la cerveza sin alcohol? La versión 0,0 se ha popularizado como una alternativa saludable, pero tampoco debe sustituir al agua. Su contenido en gas, azúcares o aditivos puede provocar hinchazón o malestar. Por eso, lo ideal es priorizar el agua, las infusiones sin edulcorar o incluso el agua con gas, siempre que se tolere bien.
Pero, más allá de lo que bebemos, lo que comemos también hidrata. Las frutas de temporada como la sandía, el melón, las cerezas o los albaricoques son muy buena opción por su aporte de agua, vitaminas y fibra. Las verduras como el pepino, el calabacín o los tomates son otra fuente excelente de hidratación.
Las bebidas azucaradas o con alcohol, aunque nos parezcan refrescantes, pueden favorecer la deshidratación e incluso alterar la digestión
Además, hay platos típicos del verano que tienen todo lo que necesitamos: los gazpachos, salmorejos o ensaladas completas no solo refrescan, sino que combinan nutrientes esenciales, saciedad y ligereza. Incorporar pescados ricos en omega-3, como el salmón o el atún, o alimentos con vitamina C y betacarotenos -como las zanahorias, los pimientos o el mango- también ayuda a proteger la piel frente al sol y a mantener el sistema inmunológico en buen estado.
Curiosamente, uno de los errores más frecuentes es que el calor desordena nuestra alimentación. Comemos a deshora, picamos entre horas y, en muchas ocasiones, optamos por comidas rápidas o ultraprocesadas. Este tipo de opciones, ricas en sal, azúcar o grasas, solo consiguen aumentar el malestar.
Otro mito es el de las bebidas muy frías. Y es que, aunque apetecen, obligan al cuerpo a hacer un esfuerzo extra para equilibrar la temperatura interna, lo que puede aumentar la sudoración o generar sensación de agotamiento.
La alimentación no tiene por qué ser estricta, ni mucho menos aburrida. Pero sí debe adaptarse a lo que nuestro cuerpo necesita. Para ello, en Nootric, nuestro equipo de nutricionistas trabaja con planes personalizados que tienen en cuenta estos aspectos, así como los hábitos de cada persona y su estado de salud, para ayudar a mantener el equilibrio sin caer en restricciones ni excesos.
Cuidarse en verano no significa una lista interminable de reglas, sino aprender a escuchar al cuerpo, a alimentarlo con sentido común y a disfrutar del proceso. Elegir bien lo que comemos y cómo lo hacemos puede marcar la diferencia entre arrastrar el calor o llevarlo con energía. Porque cuando suben las temperaturas, la alimentación no es un detalle más, es una herramienta clave para mantenernos activos, hidratados y con buen ánimo.
