La pandemia de la COVID-19 ha hecho imperativo ser resilientes frente a cualquier adversidad que nos pueda deparar el futuro. La crisis del coronavirus ha cogido de improviso a todo el mundo y la sociedad en general se ha visto obligada a adaptarse a una nueva realidad en la que prevalecen, por encima de todo, conceptos como la seguridad y la salud.
Uno de los ámbitos en los que ha tenido un profundo impacto ha sido el del trabajo, en el que las empresas, de la noche a la mañana, han tenido que adoptar protocolos muy estrictos de seguridad en sus instalaciones o en sus metodologías de trabajo para salvaguardar la salud de sus trabajadores, tales como estrategias de mitigación, controles administrativos y de ingeniería, modalidades de trabajo desde casa, mayor uso de equipos de protección personal (EPP), sistemas de desinfección, etc. “Estas medidas pueden ayudar a frenar la propagación del virus, pero pueden crear nuevos riesgos en esta materia, incluidos riesgos químicos, ergonómicos y psicosociales”, señala OIT en su informe del Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo.
Entre estos riesgos, destacan las situaciones de estrés en el trabajo como consecuencia de la pandemia a las que se han enfrentado tanto el personal sanitario y de emergencias como los trabajadores esenciales; el aumento de la carga de trabajo, la prolongación de la jornada laboral y la reducción de los periodos de descanso; el aumento del riesgo de violencia y acoso en el trabajo, con consecuencias para el bienestar físico y mental; o la fatiga emocional.
En cuanto al teletrabajo, aunque a menudo es esencial para limitar la propagación del virus y mantener los puestos de trabajo y la continuidad de la empresa y proporciona a los trabajadores una mayor flexibilidad, ha provocado en ellos la difuminación de las líneas entre la vida laboral y la vida privada, trastornos musculoesqueléticos por el trabajo sedentario frente al ordenador o el aislamiento social que puede suponer no estar en la oficina, lo que afecta al desarrollo profesional.
Según la OIT, “invertir en sistemas de seguridad y salud en el trabajo (SST) no solo contribuirá a responder a la actual pandemia y recuperarse más rápidamente evitando nuevos contagios, sino que creará resiliencia para hacer frente a cualquier crisis futura que pueda surgir”.
En este sentido, explica la entidad, si bien el sistema de salud pública tiene la responsabilidad de prevenir la propagación de la COVID-19 y otras amenazas para toda la población, es “esencial” contar con sistemas nacionales de SST “fuertes y eficaces” para salvaguardar la vida y la salud de los trabajadores. Y, para ello, deben estar dotados de recursos humanos, materiales y financieros adecuados.
El teletrabajo y los nuevos riesgos psicosociales
En un año marcado por la pandemia, el teletrabajo se ha utilizado como respuesta a la crisis sanitaria y ha contribuido a reducir el riesgo de contagio ante la expansión de la COVID-19, habiendo sido la nueva forma de trabajo más aplicada (94%) entre las empresas, según el estudio ‘Retos de las empresas españolas en la era COVID-19’, elaborado por Sodexo. Sin embargo, en el último año, el 45% de los españoles en activo reconoce haber sufrido estrés laboral debido a la incertidumbre y a los cambios producidos en el espacio de trabajo, tal y como informa la aseguradora Cigna.
Trabajar desde casa puede provocar niveles de ansiedad más altos que los habituales en los trabajadores, debido, sobre todo, a las consecuencias sanitarias, sociales y económicas de la crisis del coronavirus. En este sentido, el estrés y la preocupación resultantes de la pandemia han afectado a la salud mental de los trabajadores. Una afirmación que sostiene OIT, que, además, apunta que la adicción a la tecnología y la sobrecarga de trabajo, como consecuencia del teletrabajo, aumenta la fatiga, la irritabilidad, la frustración y la incapacidad de desconectar del trabajo y descansar adecuadamente.
Es más, según añade, también provoca un aumento del consumo de alcohol y otras drogas recreativas o de mejora del rendimiento, que pueden potenciar las emociones negativas, disminuir el rendimiento y contribuir al aumento de la agresión y la violencia; al tiempo que existe el riesgo de agotamiento y de sentirse excluido debido al prolongado aislamiento.
Factores de riesgo psicosocial como las altas cargas y ritmos de trabajo, las largas jornadas laborales, la percepción de tener que estar disponible en todo momento y en todo lugar, la falta de desarrollo profesional, la excesiva fragmentación de las tareas, la escasa autonomía y control sobre las tareas, una pobre cultura organizativa y conductas de ciberacoso, entre otros, pueden afectar negativamente a la salud mental de los teletrabajadores, causando enfermedades profesionales como el agotamiento físico y mental, el estrés relacionado con el trabajo y la depresión.
A estos factores de riesgo, señala OIT, se suma el miedo al contagio o el temor a perder el empleo, así como un mayor aislamiento y sedentarismo debido a las restricciones de movilidad y la necesidad de conciliar el teletrabajo con el cuidado de los hijos y otras personas a cargo en un contexto en el que las instituciones educativas y de cuidados han permanecido cerradas, lo que ha significado una doble jornada que ha afectado mayormente a las mujeres teletrabajadoras.
En este sentido, para esta organización, es necesario fortalecer la gestión de los riesgos laborales asociados al teletrabajo, incluyendo los riesgos psicosociales, a fin de evitar que queden invisibilizados, y reforzar la adopción de las medidas preventivas adecuadas, “lo que no solo reducirá los daños en la salud de las personas teletrabajadoras, sino que contribuirá a una mayor productividad de las empresas”. Para ello, en su opinión, se hace indispensable fortalecer el marco regulatorio de esta modalidad de organización laboral, incorporando temáticas de seguridad y salud.