
Fernando Savater es hoy un náufrago aferrado a la tristeza como a una tabla de salvación. La herida que le infringió la enfermedad y muerte de Sara Torres, su esposa, su Pelo Cohete, como siempre la llamaba, sigue abierta y así seguirá mientras él viva. “¿Cómo voy a renunciar a ese dolor, si es lo único que me queda de ella?”, se pregunta el filósofo. “La tristeza es lo que da espesor a mi vida, yo creía que estando tan triste te morías y me he dado cuenta de que es todo lo contrario, la tristeza es un elemento de vida”. Así, con la tristeza en la sonrisa, nos recibió Savater en su casa de Madrid, atestada de libros y de muñecos de plástico y resina que coleccionaba con Pelo Cohete. Su paraíso de dos ahora infierno de uno. Esos muñecos, sus monstruos, ya no son otra cosa que el eco de la ausencia.
"La única certeza que tenemos es la ausencia, la muerte. No nos es favorable, por eso deberíamos pensárnoslo antes de buscar certezas, quizás más vale no insistir"
Todos buscamos respuestas entre las dudas. ¿Es la ausencia la única certeza?
Creo que los filósofos intentamos formular bien las preguntas, no encontrar las respuestas. La filosofía es un intento de plantear bien las preguntas que preocupan a todo ser humano por el hecho de serlo. La única certeza que tenemos cada uno de nosotros es efectivamente la ausencia, la muerte. No nos es favorable, por eso deberíamos pensárnoslo mucho antes de buscar certezas, quizás más vale no insistir.
¿Escribió el libro dedicado a su esposa en parte para explicar todo eso que no puede expresar cuando un amigo le pregunta qué tal se encuentra?
Yo siempre he escrito mucho a favor de la alegría, he sido un poco su embajador. Pero claro, no ignoraba que la alegría es frágil, y ahora que no forma parte de lo que soy sino todo lo contrario, me parecía honrado explicar también lo que es ese tránsito y la sorpresa que ese tránsito me produjo. Contar cómo de pronto me encuentro despertándome todos los días triste, cuando ni siquiera sabía que eso podía pasar.
Al menos encuentras una parte importante de tu identidad que si no la has conocido antes es interesante. Cioran decía que hablar con quien no ha sufrido es perder el tiempo. Yo creo que en cierta forma es así, es indispensable haber pasado por la prueba del sufrimiento serio, nadie se conoce a sí mismo hasta que se encuentra en esa situación.
¿Y qué ha conocido de sí mismo en el dolor?
Tal vez que no soy un valiente. Yo tenía fama de serlo, por todo lo del País Vasco. La gente te dice que eres valiente porque no tienes miedo a cosas que a ellos les asustan. A mí nunca me ha dado miedo un tío con una pistola, es más, entre morir porque me peguen un tiro o morir en un hospital entubado, prefiero que me peguen el tiro. Sin embargo, lo que más me ha aterrorizado siempre es el dolor de las personas que más quiero, y eso es lo que he tenido. Precisamente me ha ocurrido aquello a lo que yo más miedo tenía y no he sabido plantar cara con gallardía. Nadie está preparado para los dolores supremos.
“Si tú no lo cuentas, nadie sabrá lo que hemos sido el uno para el otro”. El libro lo escribió para ella, para hacer justicia a su figura.
Esa frase que me dijo ella en el hospital en Pontevedra es la que yo he tenido siempre dándome vueltas en la cabeza para decidirme a escribir el libro. Tenía pánico a enfrentarme al asunto. Por un lado, el mensaje del libro es desolador, porque he perdido lo que más quería y ya soy un mutilado permanente. Pero, por otro lado, para el lector tiene un mensaje positivo y es que el amor existe. Yo lo he tenido, puedo dar testimonio de ello.
¿Cree que a su esposa le gustaría este libro?
Bueno, esa es la duda que tengo siempre, si no le habría gustado algo más digno de ella. Nunca me ha preocupado que haya gente que escriba mejor que yo. Como lector, agradezco que haya escritores que escriban mucho mejor, porque encuentro placer en lo que leo, no en lo que escribo. Es mejor ser lector de Borges que ser Borges. Pero en la única ocasión en la que me hubiera gustado ser un escritor genial ha sido con este libro. Me habría gustado ser el escritor que ella creía que yo era.
Hay algo que quizás sorprenda a muchos: Sara fue miembro de ETA durante un tiempo inicial.
Bueno, yo tengo muchos amigos que han sido militantes de ETA. Lo que pasa es que ellos han estado luchando contra una dictadura y cuando se han salido lo han hecho convertidos en defensores de la democracia, por eso no me creo a Otegi ni a ninguno de estos. Sara cuando hubo democracia dejó ETA. A ella el nacionalismo le hacía reír, imagínate, una chica que nació en Canarias, se crió en Cataluña, vivió en Francia… Ella estaba metida en ETA con 17 años porque quería luchar contra la dictadura.
El epílogo del libro habla de los nueve meses crueles de enfermedad. ¿Le martirizan mucho en su memoria?
Esos nueve meses son los que me han destruido a mí. Su ausencia repentina me hubiera traumatizado, pero esta especie de corrosión interior me viene de esos nueve meses. Ver sufrir desesperadamente a la persona que amas te aniquila. Puedo sobrevivir a su desaparición, pero su dolor me ha destruido, más que la ausencia.
Antes hablaba de su falta de gallardía ante la enfermedad de ella. ¿Se siente culpable?
Muchísimo, me porté muy mal. Creo que ella esperaba una postura más gallarda, más seria, un apoyo mejor y no lo tuvo. Yo estaba aterrado, no tuvo conmigo lo que merecía. Le fallé completamente. No tenía experiencia para afrontar una cosa así. Incluso tuve una especie de indignación de que me estuviera haciendo eso, subvirtiendo la vida.
"Esta no es mi vida, la vida era otra cosa. Ahora es pura inercia, vivo automáticamente y sé que moriré triste"
¿El libro es una forma de expiar esos pecados?
Algo de eso hay, al menos no he querido ocultarlo. Nunca en mi vida he sido ejemplar pero desde luego durante la enfermedad de Sara no lo fui en absoluto.
Cita unos versos de Karmelo Iribarren: “A veces la vida no sigue / a veces solo pasan los días”. ¿Así se siente?
Así es, hace ya casi cinco años y medio que murió Sara y yo aquí sigo, me parece asombroso. Pero claro que esta no es mi vida, la vida era otra cosa. Ahora es pura inercia, vivo automáticamente y sé que moriré triste. La gente me dice que tengo que olvidar pero, ¿cómo voy a olvidar, si su recuerdo es todo lo que tengo? Si un día me ataca el alzhéimer y me borra los recuerdos, el de Sara será el último que me borre.