
La epidemia de la obesidad infantil, el mayor reto de salud pública para los niños y niñas en la actualidad, no es percibida como uno de los problemas de mayor gravedad por la población en España. Esta crisis sanitaria global tiene consecuencias muy graves para la salud de los niños y niñas, no solo en el plano físico –es uno de los principales factores de riesgo de enfermedades crónicas no transmisibles como las patologías cardiovasculares, diferentes tipos de cáncer o la diabetes tipo 2–, sino también a nivel psicológico y social.
A pesar de sus consecuencias y de la dimensión de su alcance, el 24% de la población en España no la percibe como una realidad grave en cuanto a “problemas asociados a la infancia”. Así lo indica el estudio Actitudes, percepciones y creencias sobre la obesidad infantil en España que ha impulsado la Gasol Foundation para conocer la opinión de la población española.
Acoso escolar
A pesar de la fuerte asociación entre obesidad y acoso escolar que demuestra la evidencia científica, ambas realidades se perciben de forma muy distinta. Concretamente, el acoso escolar se sitúa en la cabeza de la lista de problemas de la infancia de mayor gravedad (el 87% lo consideran bastante o muy grave), mientras que la obesidad infantil ocupa la doceava posición (el 76 % le otorga ese mismo grado de gravedad).
En el análisis se observa un patrón en la escala de gravedad de los problemas asociados a la infancia: los relacionados con la violencia se perciben como más graves, seguidos de los relativos a la salud mental y a la pobreza. En contraposición, los problemas de salud física o hábitos/capacidades son los que se perciben como menos graves. La obesidad infantil, al ser percibida como una cuestión de salud física, no se sitúa entre las problemáticas más graves. Solo cuando se asocia a sus consecuencias sociales y psicológicas, como el acoso escolar o problemas emocionales (ansiedad, depresión o baja autoestima), la percepción de la obesidad se agrava.
La obesidad infantil, al ser percibida como una cuestión de salud física, no se sitúa entre las problemáticas más graves
Sin embargo, el estudio constata que la mayor parte de la población piensa en las consecuencias físicas de la obesidad infantil antes que en otras de tipo psicológico o emocional. Concretamente, cuando se pregunta sobre las consecuencias más graves de la obesidad, el 40% de la muestra piensa, en primer lugar, en consecuencias físicas. En cambio, tan solo el 14% piensa en consecuencias psicológicas/emocionales en primer lugar y el 10%, en consecuencias sociales.
La obesidad, por malos hábitos o por genética
Existen dos percepciones opuestas sobre la misma realidad: la que atribuye la obesidad a los “malos hábitos” (92% de la muestra) y la que la asocia a una causa genética (8%).
Por una parte, las personas que creen que la obesidad es consecuencia de un estilo de vida no saludable, perciben la obesidad como una cuestión meramente estética y solucionable, y, por otra parte, las que creen que es una cuestión genética, la perciben como una enfermedad seria, que parte de un diagnóstico médico, y que es difícil de solucionar.
Creer que la obesidad infantil es resultado de llevar una vida no saludable es la creencia dominante: más de 9 de cada 10 consultados/as lo considera así, mientras que solo 1 de cada 10 opina que es una enfermedad genética. Esta creencia también refuerza la percepción generalizada de que la obesidad no es un problema de salud grave, pues se entiende como una cuestión del estilo de vida individual, fácilmente moldeable.
La responsabilidad de la obesidad infantil
En cuanto a la prevención de la obesidad infantil, el entorno social, formado por la familia y los amigos/as, es con diferencia al que se atribuye un papel más determinante: el 48% de los encuestados/as cree que “son los que más pueden hacer para prevenir la obesidad infantil”, muy por encima de otros agentes como: la atención primaria y hospitales (14%), las escuelas (9%), los gobiernos municipales, autonómicos o nacionales (7%) o las empresas / industria de alimentación, farmacéuticas, tecnológicas, etc. (6%).
Esta diferencia remarcable deja entrever la creencia dominante de que la obesidad es responsabilidad de las familias o del círculo cercano de los niños y niñas, y que poco se podría conseguir con cambios en políticas públicas o en los factores estructurales que marcan el estilo de vida en la infancia. Esta creencia entra en contradicción con la evidencia científica, que asigna mucho peso a los determinantes sociales y estructurales de la obesidad infantil –desigualdades, discriminación, políticas públicas, entornos promotores de la salud, etc.