El informe señala que durante el invierno de 2022-2023, sólo el 9% de las personas encuestadas utilizó la calefacción sin restricciones debido al miedo a las altas facturas, una tendencia que también afecta al uso de sistemas de refrigeración en verano.
La falta de confort térmico no sólo impacta la salud física y mental (el 23% reporta problemas de salud relacionados), sino que también aumenta el riesgo de intoxicaciones, incendios y cortes de electricidad, afectando a la vida social, educativa y laboral de las personas.
Estrategias de adaptación
Para sobrellevar la falta de confort, muchos hogares emplean estrategias de adaptación como abrigarse más en invierno y utilizar ventiladores eléctricos en verano. La pobreza energética también está ligada a una menor socialización y a la reducción de actividades educativas y de ocio para los hijos.
Por ello, Cruz Roja propone diversas medidas para abordar esta crisis: ampliar los bonos sociales para mejorar el acceso a subsidios y ayudas al consumo energético; mejorar la calidad de las viviendas promoviendo la eficiencia energética y el autoconsumo; humanizar la atención social; aumentar la implicación de los poderes públicos; y fomentar la coordinación entre actores, logrando una mejor colaboración entre el Tercer Sector, los Servicios Sociales y otros agentes como compañías energéticas.
Sesgo de género y origen
El informe también revela que la pobreza energética tiene un sesgo de género y origen, afectando especialmente a las familias monoparentales y a los migrantes. Las mujeres y los hogares encabezados por ellas son más propensos a declarar temperaturas inadecuadas en sus viviendas.