
Considerada a sí misma como creyente del mágico poder "de lo que las personas podemos hacer juntas", Rosa Gallego califica este Programa como un “proyecto ambicioso, porque se trata de introducir un nuevo concepto, que también está lleno de ilusión y esperanza”.
- La Asociación Española de Fundaciones (AEF) acaba de abrir la II Convocatoria del Programa de apoyo a la creación de Fundaciones Comunitarias en colaboración con la Fundación Charles Stewart Mott y el apoyo de la Fundación Daniel y Nina Carasso. ¿En qué consiste esta convocatoria?
La convocatoria es una oportunidad para que aquellas personas que aman el lugar donde viven y que quieren promover la solidaridad y filantropía locales para mejorar la vida de las personas.
El programa se divide en varias fases. Hasta el 13 de octubre pueden hacernos llegar sus candidaturas y, si son seleccionadas, podrán participar en un programa especialmente diseñado para profundizar en el concepto de fundación comunitaria y en las capacidades que tienen que tener para desarrollar su labor.
La formación y el acompañamiento se dividen en 4 fases y constan de sesiones teóricas, exposición de casos prácticos, mentorización, apoyo de consultores y apoyo económico cuando la fundación se constituye y empieza a operar. Además, permite formar parte de una comunidad que poco a poco se va fortaleciendo en la que participan fundaciones comunitarias con años de trayectoria y otras en proceso de constitución.
El programa está abierto a grupos de personas que representen la diversidad del territorio al que quieren servir y, por tanto, pueden participar personas físicas, asociaciones, fundaciones, empresas y/o entidades empresariales privadas o de la economía social y, excepcionalmente, entidades públicas.
En esta convocatoria, se dará prioridad a las candidaturas cuyo ámbito territorial tenga un mínimo de población de 50 mil habitantes.
- Esta es la segunda edición, pero ¿cómo fue la experiencia en la primera?
La primera edición fue emocionante, tuvimos la oportunidad de hablar con muchas personas que están genuinamente interesadas por mejorar la vida de las personas, por contribuir con su tiempo y su talento a movilizar recursos que puedan utilizarse en beneficio de la comunidad.
Eran conversaciones interesantes en las que explicábamos el concepto de fundación comunitaria, apenas conocido en España, pero que en los últimos años se ha ido consolidando en los países de nuestro entorno, más allá de Estados Unidos, donde nació hace 100 años.
En muchos lugares, especialmente a partir del inicio de la pandemia, ha emergido un fuerte sentimiento sobre la importancia del apoyo a los vecinos, sobre la capacidad que todos tenemos para contribuir a que nuestras ciudades, barrios o comarcas sean mejores lugares para todas y todos. Ese sentimiento incrementado por la emergencia sanitaria y social es espontáneo, pero, para llegar a ser duradero y estratégico, necesita de estabilidad y de una entidad que pueda albergarlo, de una entidad que sepa entender cuáles son los activos y los recursos con los que la comunidad cuenta y que estratégicamente pueda emplearlos para atender a aquellas cuestiones que la comunidad estima necesarias. Haciéndolo en colaboración con las organizaciones sociales que ya operan en la zona, que en muchos casos adolecen de falta de financiación y en otros de coordinación con otras entidades del entorno.
- ¿Y cuántas entidades participaron en esa primera edición?
Recibimos 18 candidaturas y 10 fueron aceptadas para una fase inicial de exploración del concepto. En esa fase, trabajamos con los 10 grupos para entender si la fundación comunitaria era la mejor fórmula para aquello que querían promover y, de ellos, cinco accedieron a la fase II, en la que se encuentran ahora.
- Hasta la fecha, ¿cuál es, en su opinión, el mayor éxito de este programa?
Hasta ahora, el mayor éxito está siendo el de atraer a personas en lugares muy diferentes que van a esforzarse por constituir una fundación comunitaria y poder acompañarlos en ese proceso gracias al apoyo de la Fundación Charles Steward Mott y de la Fundación Daniel y Nina Carasso. Ambas fundaciones han considerado que tenemos una ventana de oportunidad para promover el conocimiento y constitución de fundaciones comunitarias, y la Asociación Española de Fundaciones ha aceptado el reto y está poniendo sus recursos, conocimiento y redes para llevar a cabo el programa.
- ¿Cuáles son los objetivos a largo plazo de un programa como este?
A largo plazo, el objetivo consiste en un cambio de mentalidad en nuestra forma de entender la filantropía y la solidaridad y el papel de catalizador que una fundación comunitaria puede tener en un territorio.
En diez años, en España debería haber al menos 40 fundaciones comunitarias activas y reconocibles como actores que contribuyen al impacto local y al cambio sistémico en sus territorios.
La AEF, impulsora del Programa, tiene una clara vocación de colaboración, por lo que otro de los objetivos es crear una alianza de entidades y empresas que apoyen a las fundaciones comunitarias. Un cambio social de este calado precisa de multiplicidad de actores, que tienen que reconocer su valor y apreciarlo.
- ¿Y las dificultades?
Las dificultades vienen de la mano de nuestra tradicional impaciencia y de la falta de tradición de considerar la solidaridad y la filantropía como formas poderosas de cambio. Es un proceso lento, como se puede esperar de cualquier proceso de transformación social, ya que las fundaciones comunitarias suponen un cambio de mentalidad, en el que las personas aprecian que canalizar su solidaridad y filantropía a través de una fundación que aporta innovación y eficacia va a permitir conseguir logros, no solo en el momento en el que sucede una emergencia, sino en el medio y largo plazo.
- ¿Desde dónde nace, para un organismo o un colectivo, el deseo de promover o crear una fundación comunitaria?
Nace de la intersección entre el deseo de mejorar la vida de las personas y la constatación de que todos podemos ser donantes y que una fundación comunitaria introduce una forma innovadora de unir recursos con necesidades.
Aportar recursos, tiempo y talento es algo que está en la mano de cualquier persona. Tenemos ejemplos de fundaciones comunitarias en Hannover y Nueva York, pero también en Nepal y en Kenia. Y en ciudades cercanas, como Turín o en comarcas como Burdeos. En todos estos lugares, hubo gente que pensó que se puede movilizar a las personas que aman el lugar donde viven para conseguir objetivos juntos.
En España, hay muchos lugares en los que se estaba perdiendo la esperanza de revertir procesos de despoblación, pero hay personas que quieren luchar porque sus comarcas tengan una nueva oportunidad y atraigan vida y actividad. En otros lugares con un sector social desarrollado, hay una necesidad de dotar con más recursos a las organizaciones que ya operan y facilitar una filantropía estratégica a personas y empresas. Se trata de fortalecer actores que ya trabajan en el territorio fortaleciendo la colaboración y la visión a medio y largo plazo.
- ¿Cuál es la asignatura pendiente, tanto a nivel político como social, a la hora de participar o dar visibilidad a las fundaciones?
Tenemos un país que responde a las tragedias con unos niveles incomparablemente altos de solidaridad, pero aún hay un gran camino por recorrer, en hacer esa contribución constante a lo largo del tiempo. Tenemos que dar valor a la solidaridad, a la filantropía y al voluntariado y apoyarnos en organizaciones confiables, transparentes y bien gobernadas, que van a generar altos grados de capital social y, con ello, de soluciones y mejorar para temas que nos preocupan. Disfrutar de estar involucrado en un proyecto que mejore algo en nuestro entorno. Entender el valor de la red de apoyo que se constituye cuando se participa en una fundación comunitaria.